
Treinta y tres muertos, más de doscientos cincuenta heridos, es el luctuoso balance de dos atentados suicidas acaecidos en Argel. La ciudad fundada por el héroe mítico Hércules necesita probar ahora su fortaleza para hacer frente al radicalismo salafista.
Dirigidos en particular, contra el Estado argelino, los atentados contemplaron el Palacio del Gobierno y un edificio de la policía que también es sede de la Interpol. Reivindicados por Al-Qaida para el Magreb Islámico (en árabe, الجماعة السلفية للدعوة والقتال), el nuevo nombre tomado en enero de 2007 por el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), supone la visualización de una organización conocida en el ámbito de la seguridad internacional por ser apologética del salafismo integrista radical, una de las miradas de supremacismo islámico más rigorista y enemiga de la modernidad. Esta ideología insiste en la demolición de la modernidad para levantar una teocracia islámica en todo el Noroeste de África. Ciertamente una visión mucho más compleja que una simple filial argelina para Al-Qaida.
En Latinoamérica, poco es lo que sabemos del grupo; muchas de las informaciones que circularon en los últimos días se basan en analistas en terrorismo, que han prodigado análisis apresurados y pletóricos de afirmaciones inverificables. La realidad es que no estamos preparados para hacernos una idea del peso del grupo y su actual implantación en los otros países del Magreb y ciudades de la metrópoli francesa, donde tiene sus redes financieras.
El origen de Al-Qaida para el Magreb Islámico está en Argelia en 1997 como la escisión del Grupo Islámico Armado (GIA) encabezada por Hassan Hattab, un comerciante quien se dio a conocer como terrorista con el asesinato del ex primer ministro argelino Kasdi Merbah cinco años antes. Hatab lideró el GSPC durante varios años, pero en septiembre de 2006 se acogió a la Ley del Perdón que reguló una polémica amnistía para los terroristas islámicos arrepentidos, iniciativa del Presidente Bouteflika para superar la guerra civil.
Otros líderes de la organización son el muftí Ahmed Zarabib, los líderes espirituales Abu Qutada (jordano) y Abu Al Haitan. Vinculada desde sus principios la Yihad islámica y, desde 2002 progresivamente con Al Qaeda. La comunidad de inteligencia la considera como una de las organizaciones de terrorismo islámico más peligrosas de Europa y el Magreb.
Sin embargo, más son las zonas grises respecto de las actividades de los ex-GSCP, y mucha responsabilidad le cabe en esta situación a las propias autoridades argelinas que no desean hacer luz sobre los años de la guerra civil y la implicancia de los servicios de seguridad. Por ejemplo, uno de los líderes del GSCO, Ammari Saifi, conocido como Abderrezak “le Para”, nombrado hoy por la prensa como el “extraño Bin Laden del Sahara”, es un antiguo oficial de las fuerzas especiales del ejército argelino que se pasó al bando yihadista. Responsable del secuestro de 32 turistas europeos el 2003, terminó siendo capturado por una compleja actividad encubierta contraterrorista encabezada por el Pentágono en el remoto desierto de Chad, una operación que involucró entre otros a la inteligencia Libia, guerrilleros rebeldes de Chad y seguimientos en Níger y Mali. Ammari Saifi al ser llevado a los tribunales de Argel fue juzgado y condenado pero no por sus actividades criminales sino por contumacia.
Con todo, tampoco se puede desentender la ocasión del brutal atentado de su lectura contingente: un golpe de efecto, a pocas semanas de las elecciones legislativas, contra la política de reconciliación nacional impulsada por el Presidente Abdelaziz Bouteflika.